Mallo de Luna

Mallo de Luna
Las montañas y el pantano

domingo, 24 de abril de 2016

homenaje a una casa caída

Desde que he entrado en el club de las madres de mellizas, mi tiempo ha dejado de pertenecerme. Ahora tiene nombre y apellidos de dos personitas que me hacen valorarlo todavía mas que antes. Por ello me veo a mi misma aprovechándolo para cosas básicas: disfrutar del silencio, dormir, depilarme las cejas... esas cosas que deben hacerse con tranquilidad.

Atrás quedaron los dias en los que si quería, podia dedicarme a escribir, pintar, dejar volar la creatividad. Hoy sin embargo, las musas me visitaron mientras daba el pecho a mi hija Dora y me cogieron de la mano para volver años atrás. Fué curioso como me teletransporté a un periodo muy feliz de mi vida. Resulta que al mirar la lampara de mi habitación, comencé a adivinar formas de personas en el patrón caprichoso de la pantalla. Hice exactamente lo mismo que hacia en las ultimas horas del dia en mi habitación de casa Covadonga. En aquel cuarto, el techo había tenido ciertas humedades que habían dejado marca en el techo de madera y que inevitablemente hacían volar mi imaginación. No paraba de ver rostros al estilo Belmez, y a decir verdad, mas de una pesadilla gestaron en las noches de verano.

Pero ya me estoy yendo por las ramas... hoy mi intención es hacerle un homenaje a la que fué una de las casas con más momentos bonitos acumulados en las que he tenido el honor de habitar en mi pueblo: es decir, Casa Covadonga.


Al contrario de la gran mayoría de las casas de mi pueblo, esta fué concebida y construida sin la necesidad de albergar el ganado en la parte baja de la misma, ya que segùn cuentan, su primer dueño era un paisano que volvió de Argentina con algo de pecunio como para permitirse ese lujo..
Así se explica el gran tamaño de los ventanales, los balcones, la altura de los techos y me atrevería a decir que esa bañera de principios de siglo XX lacada en blanco resumía el tipo de lujos que sus primeros propietarios se gastaban, en contraste con la humildad reinante en el resto de moradas, donde las ventanas mas bien eran pequeñas para evitar perdidas de calor, y los techos eran bajitos, justamente por lo mismo.

Por lo demás desconozco qué otros lujos se permitían, pues con el paso del tiempo, y el uso, poco quedó de aquellos días. Parece ser que la esposa del indiano no consiguió adaptarse a la vida del pueblo y pidió volver a su Argentina natal. Si a ello le sumamos el declive del valle con la construcción de la presa, y la gestión deficiente de una confederación hidrográfica del Duero nada comprometida con los habitantes de la zona del embalse de los Barrios de Luna, al final tenemos una casa que pudo ser y no fué.

Orientada al sur en su totalidad (curiosamente en el pueblo,qué pocas casas antiguas se construían cara al sur), daba ( y siguen dando sus ruinas envueltas en maleza) la bienvenida a los que llegaban al pueblo. Constaba de una planta principal, con su despensa, la cocina con puyero, un salon bastante majo, dos habitaciones grandes y un baño, que más bien era un final de pasillo bien aprovechado, con su lavabo, su bañera centenaria, su lavadora y ese inodoro anclado al suelo con hormigón armado (siempre he pensado que resistiria un bombardeo sin despeinarse). Lo mejor de la casa, en mi opinion, eran 5 cosas:

  • la trampilla en medio del pasillo que daba acceso al sótano, como en las pelis de miedo americanas. 
  • el sonido del agua de la presa cuando daban el agua a las huertas bajo el Castillo
  • La ventana de la cocina, marco privilegiado que te permitía vislumbrar quíen venia y quien se iba de Mallo con tiempo suficiente para identificarlos. En un pueblo sin bar, era una gran distracción.
  • La entrada con ese miniporche sostenido por 2 barras de hierro, y esas piedras lavadas por el tiempo que contenian marcas de conchas fósiles grabadas en su superficie.
  • Como era una casa vieja y estábamos de manera provisional hasta ver qué decidia la confederacion, la verdad es que limpiábamos lo básico, pero teníamos cero preocupaciones en cuanto a decoración, que si vienen visitas, que si debes tener cuidado con el suelo que es de madera y se ralla, y un largo etc que hacía muy cómodo vivir en una vivienda tan espartana. Ahora vivo en una casa muy bonita y cuidada, pero somos esclavos de tanto detallito y tanta historia.
En el sotano había 3 estancias, una de las cuales permanecia siempre cerrada con las pertenencias de Covadonga y Honorato... ah! si, permitidme que os hable de ellos un poco:

Su nombre, por el que se la conoce, viene de su penúltima moradora, la célebre Covadonga. Con su marido Honorato, vieron pasar muchos veranos entre aquellos muros. No soy consciente de haberlos conocido en persona, pero de ellos queda en el pueblo el recuerdo de un hombre con mucha paciencia y una mujer de armas tomar. 
Por otra parte, en la casa, cada rincón habla de aquel matrimonio; el papel pintado en la pared, el suelo de hule, cada remache imposible en calderos de plástico, apaños dignos de los artesanos del reciclaje más finos de la Habana...
El caso es que de la noche a la mañana, todavía no se como, dejaron la casa tal y como estaba. Honorato se puso malo y ya no volvieron más. El verano que nosotros entramos a vivir en ella, parecia como si el tiempo se hubiera detenido en aquel dia. Había algunos enseres, un par de viejas chaquetas y algunas latas...

Lo cierto es que al principio resultaba un poco raro ponerse a vivir en un sitio que hablaba por si sólo de sus antiguos moradores, ya fallecidos por aquel entonces. Pero en fin, supongo que con el tiempo fuimos integrándonos en la casa. 

 Que yo recuerde, pasamos en ella al menos 3 ó 4 veranos, llenos de aventuras, anécdotas, risas, reuniones en torno a las motos antiguas de mi padre, nos encargamos de mantener el pulido de aquellas piedras de la entrada con nuestras posaderas, vimos hacer tomatinas con tomates verdes y unos cuantos alemanes...
Estábamos tan a gusto que intentamos de todas las maneras conseguir que la confederación hidrográfica del Duero nos concediera el alquiler, pero no hubo manera. La burocracia y el pasotismo de la CHD y la Junta no permitieron hacer nada. Aquello fue la sentencia a muerte de la construcción. El tejado formaba parte de una estructura anexa que amenazaba ruina y era cuestión de tiempo que se llevara por delante la parte sana. El resultado? Casa en el suelo. Otra flor marchita. Otro agujero en la red. Otro hogar que perdió el calor, en la larga lista de historias olvidadas en un valle azotado.

Perdonad si acabo con sabor amargo esta historia, pero por desgracia mi pueblo también tiene sombras que no se pueden esquivar.

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